Teodoro Pérez "Villanueva"
CANTES
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Fandangos
Seguirillas de Nogales
Fandangos Verdiales
Villanueva del Ariscal (Sevilla) 1912 El Escorial (Madrid) 1998
Recordar la figura de Teodoro Pérez Madrid como cantaor de flamenco, de nombre artístico “Villanueva”, es hacer justicia a una de las voces más claras, potentes y flamencas de este arte.
Desde joven veía y escuchaba cante del bueno: Chacón, Vallejo, Carbonerillo, Niña de los Peines, Manuel Torre, Tomás Pavón, lo que hizo prender en él una gran afición comenzando a cantar aprovechando las oportunidades que surgían.
En la posguerra llegó a Madrid, comentándome que paseaba por la Gran Vía con el Sevillano y que tomaban café con Cepero y con Marchena.
Villa Rosa fue su primer tablao, y allí comenzó su fama de gran conocedor del cante “jondo”. Con posterioridad sería contratado en los mejores tablaos madrileños: “Parrilla del Alcazar (Lido)”, “Las Brujas”, “Torres Bermejas”, “Cuevas de Nemesio”, entre otros, donde además del público, acudían para escucharle personajes del mundo de la política, del cine, del deporte, de los toros, de la empresa, atraídos por aquel cante que decían era para entendidos. También se le solicitaba en fiestas flamencas privadas.
«Villanueva, estás superior» le decía.
Le cantó a Antonio, el bailarín, en el Gran Teatro Jovellanos de Gijón en 1953. Actuó en los mejores teatros, entre ellos, el Teatro Español y el María Guerrero. Cantó para Hispanoamérica. Formó parte destacada en el espectáculo flamenco de Miguel de los Reyes y grabó varios programas para las cadenas 1ª y 2ª de TVE; entre ellos, alguno dando vida al cantaor malagueño Juan Breva.
He escudriñado en los recuerdos de “Villanueva”: fotografías, contratos, discos, recortes y anuncios de prensa, pero sobre todo, en su diario profesional que es donde apuntaba su trayectoria como cantaor de flamenco y lo orgulloso que se sentía de serlo.
A él acudían, llamándole maestro “Villanueva”, algunos de los más afamados cantaores del momento para que les enseñara determinados cantes como la granadina y la media granadina, ya que dominaba, prácticamente, todos los palos.
De mayor y hacía mucho tiempo retirado, todavía le hacíamos cantar en alguna fiesta o celebración familiar, contestándonos con humor “si no puedo casi hablar, cómo voy a cantar”.
Quería sobre todo a su familia, a su pueblo y, como él decía, a “mi gente”. Y, por supuesto, a España y a Andalucía.
Mención especial merecen las guitarras que le acompañaron y que me constan (los que omita que me perdonen):
Es difícil resumir toda una vida dedicada al flamenco en esta breve semblanza.
Sin embargo, lo que importa de verdad es el recuerdo a un cantaor excepcional, a un gran artista, que ocupa, sin duda alguna, un lugar destacado en la memoria histórica de este arte tan andaluz y español.
Como padre fue la mejor persona que he conocido.
Su hijo Francisco,
Madrid, abril de 2021